Monday, October 23, 2006

La cruzada de los niños


Obra teatral de Marco Antonio de la Parra
dirigida por Macarena Baeza de la Fuente.

Reseña
Cuatro niños esperan en una especie de purgatorio, de limbo: el expósito, la niña que vendía las flores, el niño obrero y el niño malherido. Repasan su historia, su vida y las causas de su muerte. El espacio es a la vez la ciudad de Santiago, el puente Bulnes y su memorial de los detenidos desaparecidos. También la fábrica de cristales y el movimiento social de los años ´20, la vivienda precaria junto al río, el paseo Ahumada, la Plaza de Armas.
Manuela Martelli, Daniel Gallo, José Manuel Aguirre y Germán Pinilla son los jóvenes actores que interpretan, bajo la dirección de Macarena Baeza, los monólogos del próximo estreno del TEUC, La Cruzada de los niños, de Marco Antonio De La Parra.
Esta experiencia es el resultado de un laboratorio teatral de la Escuela de Teatro UC, realizado durante el segundo semestre del 2005. Como espacio de investigación, durante seis meses se probó el método de observación como forma de construcción de los personajes: recorriendo, percibiendo y recreando los niños que viven en la situación de marginalidad social. En la puesta en escena, la representación nos recuerda que esa infancia tiene un nombre, que es la experiencia personal de un niño y de una niña que viven en la caleta Bulnes, en el corazón de nuestra ciudad, como realidad paralela a la que no se puede acceder sin conciencia. Ella rescata esa sensación de fragilidad y de desamparo en la que aparecen todos los niños de la obra. Una fragilidad del cuerpo enfrentada a una fortaleza del alma, esa dicotomía, adultos en cuerpo de niños. El montaje es también el resultado de un trabajo de investigación donde se toman como referentes la cruzada medieval de Marcel Schwob, en la cual un grupo de niños parte desde Europa a Jerusalén a rescatar la Tierra Santa. También aparece la investigación de Jorge Rojas sobre los niños cristaleros en Chile durante los años ´20, donde se narra la organización sindical que consiguen estos niños para defender sus derechos: trabajaban en condiciones miserables, no tenían derecho a estudiar, hacían los trabajos más peligrosos y ganaban una décima parte. Además, hay que agregar una serie de información, documentales chilenos e internacionales, sobre la situación de los niños en el mundo y también nuestra realidad cotidiana como la niña de las flores de la plaza Ñuñoa o de la plaza de Armas. Con respecto a la escenografía, cuatro artistas la intervienen de manera plástica: Pablo Domínguez, José León, Ramón López y Georgia Wilson. La obra La cruzada de los niños es la segunda etapa a un proyecto ideado por la artística plástica Georgia Wilson. El año 2000, ella y el artista Bororo realizaron una exposición donde se ilustraban los derechos infantiles aprobados en la Convención sobre Los Derechos de los Niños el año 1989. El objetivo era dar a conocer a los niños sus derechos, a través de un lenguaje plástico, lúdico y cercano. Esta exposición se mostró durante toda la temporada del montaje La Cruzada de los niños, en el Teatro de la Universidad Católica.

FICHA TÉCNICA
Actores
El expósito Daniel Gallo
La niña que vendía flores Manuela Martelli
El niño obrero Germán Pinilla
El niño malherido José Manuel Aguirre
Músicos
Guitarra Martín Muñoz
Guitarra, percusión y voz Amapola Reyes
Música y diseño sonoro Carlos Espinoza
Entrenamiento vocal y
asistencia de dirección Sara Pantoja
Diseño escenográfico e
iluminación Luis Alcaide
Intervención plástica Georgia Wilson, Pablo Domínguez,
Ramón López y José Ignacio León.
Producción TEUC Mario Costa
Fotografía Carlos Espinoza, Rodrigo Lisboa y Nicolás Martelli
Vestuario Teatro La Calderona
Dramaturgia Marco Antonio de la Parra
Dirección escénica Macarena Baeza de la Fuente
Estrenada en la Sala Eugenio Dittborn del Teatro Universidad Católica de Chile el 7 de septiembre de 2005.
Crítica Teatral: La Cruzada de los Niños
Extracto de un texto mayor publicado en la revista Apuntes Nº 128, Escuela de Teatro, y en el sitio virtual del TEUC
Pontificia Universidad Católica de Chile.


Patricio Rodríguez-Plaza
Facultad de Artes-Escuela de Teatro
Pontificia Universidad Católica de Chile.


Fuelmediogolconch´tumadre, dice desafiante el protagonista y personaje niño, expósito, en una frase trascrita a la manera de una dirección electrónica tan propia de la ciudad comunicacional, al enfrentar a su adversario, en una pichanga[1] callejera de un barrio ubicado entre el cielo y la tierra. Un gol que no fue tal, en un espacio que aparentemente no existe ¿el purgatorio?, y en una metrópoli cuyo carácter comunicativo es menos el sistema de redes informáticas que la recorren que los malabares de sus rincones agitados por la ráfaga del caminar sin rumbo fijo, que es la definición que hace de callejear el Diccionario de Autoridades.
Pichanga, purgatorio y calle, extremos que terminan enlazando un relato de música y ruido, imagen y sonido, gesto y vaho de ensoñación, muerte y nacimiento; maderamen repleto de cambios y movimientos que nos mantiene en vilo al borde de unas pocas lágrimas. Una cruzada de niños, que nos enfrenta, una vez más, a la demencia de una humanidad que no ha dejado de construirse con la marca indeleble de la sangre y la esperanza, marcándonos con aquella maldición de la memoria, que hace que nos acordemos de todo.
Obra compleja, no solo por lo que esconde y trasmuta como simbolización teatral, sino por lo que de-muestra, por lo que pone de manifiesto como evidente imagen de trabajo actoral, (Daniel, Gallo, José Manuel Aguirre, Manuela Martelli, Germán Pinilla), interpretación musical (Amapola Reyes y Martín Muñoz); escenográfico y lumínico (Luis Alcaide); plástico (Pablo Domínguez, Ramón López, José León, Georgia Wilson, Milton Lu) u oficio de dirección (Macarena Baeza), de voz (Sara Pantoja), de producción (Mario Costa, Sebastián Castro) y de musicalización y diseño sonoro (Carlos Espinoza).
Una puesta en escena vuelta hacia fuera, que en un segundo juega con el drama y al siguiente canta desde la farándula y la fiesta; logrando desollar en la doble acepción de quitar la piel y causar grave daño a alguien en su persona u honra, que en este caso puede ser el público asistente. Obra que desencarna ciertos recovecos de condiciones sociales, culturales, humanas, colocando en el centro a esa infancia que nunca fue tal. Niños arrastrados a vivir de los rastrojos y sobras (desechables se les llama en Colombia) de una sociedad cuyo sistema paradójicamente necesita de estos materiales fungibles para producir horizontes de expectativas.
[2] Niños, que sin serlo, debido a las condiciones de vida y muerte que cargan sobre sus espaldas, mantienen vivo el sentido de la solidaridad, del trabajo colectivo, del cariño prodigado con soltura y gratuidad y sobre todo del juego como arma de combate en la transformación de una sociedad, de la cual ellos ¿no tienen mayor conciencia?
Fontanero, Déspota e Ilustrado, todo eso se pudo y se debió ser por las obligaciones y los cumplimientos de haber venido a la muerte a través de los conductos de fluidos sanitarios; por haberse demarcado de cualquier sujeción a la ley y finalmente por aspirar que los súbditos se auparan a las grandes ideas de cambio de los pensadores del siglo XVIII, los que muchas veces han terminado hechos literalmente estatuas o monumentales remedos que adornan nuestras abandonadas plazas públicas.
¿Fue-o-no-gol-conch´tumadre? No lo sabemos, y no nos importa mientras resuene el chateo artesanal -entre escritura y oralidad- de la mirada amenazante y dislocada del angelito que fuese lanzado a las aguas oscuras y gruesas del río que hoy se quiere hacer navegable
[3]. Lo que si resulta claro es que la vida del escenario se ha dibujado aquí con unas materialidades que recuerdan a los detenidos desaparecidos producto del terrorismo de Estado (político y del otro), a los niños abandonados por las mil y unas desarmonías de las que somos cómplices y a la desolación más cruda e infinita, pero también la fe y el aparentemente sinsentido, que termina por darle significación a cuestiones banales, cotidianas, presentes en el panorama de la ciudad.
Vender flores entremedio de los autos detenidos por la irresponsabilidad de un semáforo que nos obliga a mirar a la niña que se nos ofrece, (literalmente una pequeña ramera, denominación también medieval en que el prostíbulo o la casa de particular de la prostituta era señalada por un ramo de coloridas flores) , entregarse sexualmente por un pedazo de pizza, drogarse para acceder a un nivel superior de realidad o ser parte de una huelga destinada literalmente a hacerse añicos, como un florero que se nos resbala de las manos mojadas
[4], son hechos contundentes de la ciudad real y no de la ciudad letrada. Contundente, transparente y pervertidamente fascinante como debió ser el cristal, a pesar de todo, para los niños cristaleros y trajinantes de la fábrica que quizás supieron de virtualidades mucho antes de que aparecieran las conectividades de transmisión citadina que hoy nos seducen.
Esta obra merecería ser vista más allá de las estrictas y blancas paredes de la academia universitaria por tratarse de un retrato pintarrajeado del paisaje urbano. Paisaje que nos devuelve, como en un espejo trizado, las deformaciones de las que estamos hechos. No para hablar o discutir simplemente del hecho histórico y macabro ocurrido en la Edad Media, sino para otear nuestros propias tufaradas. Porque la puesta en escena que nos presenta La Compañía La Calderona, nos da a oler lo que vemos, así como nos da a escuchar lo que percibimos, bamboleando momentáneamente nuestras apoyaturas perceptuales más ordenadas.
Los sentidos se convierten en prolongaciones instantáneas del vértigo y el asco que se entremezcla con el displacer estético, cuyo punto culminante es el ahogo y vómito del chino, del niño alcancía, del negro curiche, del idiota del pueblo, del que es tocado en su marca y cicatriz como forma de conjurar la desgracia personal.

[1] Pichanga es le nombre que recibe en Chile un encuentro de fútbol amistoso e informal. Encuentro que puede parecer caótico si se le mira y mide bajo las estructuras de la formalidad futbolística, pudiendo esconder no obstante una fractalidad tan propia de la ciudad latinoamericana, en donde, como resulta evidente, los márgenes son mucho mayores que las instituciones.
[2] No estaría de más indicar que Las Cruzadas pueden ser vistas como un fenómeno histórico que permitió, al menos temporalmente, la unificación de Europa e incluso el florecimiento de Occidente debido a la focalización del enemigo exterior, el que hizo posible la absorción de los gastos de la guerra.
[3] Santiago de Chile posee, como tantas ciudades del mundo, un río milenario cuyo uso urbano lo ha convertido en una cloaca a tajo abierto. Existe la idea, (alentada y vociferada por un candidato presidencial en las elecciones presidenciales de 2006), se hacerlo navegable y diáfano como una forma de blanquear nuestro presente y enlucir nuestro futuro; o como diría la expresión popular de forma más deslenguada: para que no se note miseria.
[4] Cf. Rojas Flores, Jorge, (1996), Los niños cristaleros: Trabajo infantil de la industria. Chile, 1880-1950, Santiago: Dibam, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana.

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